Por: Wilwer Vilca
El enfrentamiento entre dos concepciones opuestas de territorio conduce a un estado permanente de convulsión social
Las sociedades latinoamericanas, en especial las de la Región Andina, son heterogéneas. Cada uno de nuestros países alberga una rica diversidad de pueblos, nacionalidades y culturas, unidas, sin embargo, por una concepción común del territorio como un espacio de vida, donde el ser humano es parte de ese territorio y vive en diálogo permanente con la naturaleza. Pero los Estados monoculturales no expresan ni reconocen esta realidad plural y conciben el territorio como un recurso natural meramente comercial y que sólo existe para ser explotado.Es decir, mientras los pueblos indígenas conciben el territorio y los bienes naturales como fuentes de vida, trabajando con ellos (y no sobre ellos) para satisfacer las necesidades de todos, la visión de los Estados es la de acumulación de riquezas y hacia ello dirigen sus políticas económicas. Esto explica por qué la explotación de los recursos naturales no puede ser más que irracional.
Aquí no hablamos únicamente del enfrentamiento entre dos concepciones de territorio: en última instancia están colisionando dos concepciones del mundo, a partir de las cuales se construyen modelos de desarrollo totalmente opuestos, con objetivos antagónicos.
Este choque genera un escenario de convulsión social, en el cual los pueblos indígenas defienden el derecho a su propia existencia, mientras que el Estado insiste en incluir a estas culturas en sus políticas monoculturales, entendiendo que basta con pertenecer a un espacio territorial para ser “iguales”. Tal actitud estatal se profundiza a partir de la llamada globalización neoliberal, que exige imponer políticas públicas uniformes, destinadas a una mayor explotación de los recursos naturales, con la misma lógica de la acumulación de capital, pero a costa de la insatisfacción de las necesidades de las mayorías.
El modelo de desarrollo que los Estados imponen es inviable. Porque, además, los pueblos indígenas han conquistado un claro protagonismo político y hoy cuentan con instrumentos internacionales que defienden sus derechos, como el Convenio 169 de la OIT y la Declaración de Derechos Indígenas de las Naciones Unidas. A la globalización de la economía se le opone también aquí otra globalización, la de los derechos.
Asimismo, en este proceso de lucha y defensa de su modo de vida, los pueblos indígenas están tomando conciencia de sus derechos y cuestionando ya no sólo la actitud sino la estructura misma de los Estados monoculturales. Y están planteándose la meta de construir Estados distintos, capaces de recoger su diversidad. Es decir, Estados pluriculturales. Todo esto no puede sino conducir a un estado de convulsión social que amenaza con ser permanente… o hasta conquistar los cambios aquí planteados.
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