Del 3 al
5 de noviembre se realizó en el hotel Radisson de La Paz un seminario
internacional sobre el “vivir bien”. El lector bien informado ya se da cuenta
que se trata de un paso más para operativizar ese tema de la Constitución 2009.
Lo estimulante es que ahora este asunto ya está incluso al nivel del Ministerio
de Planificación. Los invitados locales e internacionales nos permitieron
constatar además que ni partimos de cero ni estamos solos en ese camino. Lo que
nuestra Constitución Política del Estado llama suma qamaña, la del Ecuador
llama sumak kawsay y nuestros antípodas en el Bután ya están desarrollando
indicadores sobre lo que en inglés llamas Gross National Happiness: el producto
nacional en alegría generalizada.
Hace un año ya aclaré en una columna de La Razón (2-oct-08), que sería quizás más preciso traducir suma qamaña como “el buen convivir” no sólo entre nosotros sino también con la naturaleza. Un documento preparatorio distribuido por el Ministerio de Planificación del Desarrollo para el mencionado Seminario Internacional propone la siguiente glosa de este concepto:
“El Vivir Bien implica el acceso y disfrute de los bienes materiales en armonía con la naturaleza y las personas. Es la dimensión humana de la realización afectiva y espiritual. Las personas no viven aisladas sino en familia y en un entorno social y de la naturaleza. No se puede Vivir Bien si los demás viven mal o si se daña la naturaleza.”
A la luz de lo anterior y en sintonía con los pueblos andinos, amazónicos y la gran mayoría de los pueblos originarios del mundo, a los bienes “materiales” se añaden los espirituales, como son todos los intercambios de reciprocidad, los compadrazgos y las celebraciones, que van siempre tan cargados de afecto y cariño. Y al hablar de la naturaleza, ellos le darían enseguida un carácter más personalizado y afectivo sintiéndola como la Madre Tierra. Cuando se brinda entre amigos, por ejemplo, no debemos olvidarnos de compartir el traguito también con la Madre Tierra y, cuando cazamos en el monte, para el propio sustento, siempre debemos pedir permiso también a los “dueños del monte”. Algo pueden enseñarnos todos esos pueblos a nosotros, miopes modernos que con nuestro estilo de “desarrollo” expoliador en beneficio de unos pocos ahora lamentamos además que la Madre Tierra se nos está muriendo.
Este convivir entre nosotros y con la Madre Tierra implica un fuerte componente ético y una espiritualidad que —otra miopía moderna— también habíamos echado por la borda en nuestras planificaciones. Lo central del desarrollo para vivir y convivir bien ya no puede ser sólo lo económico ni menos el crecimiento y el lucro, caiga quien caiga. Vivimos más bien una doble revolución copernicana en la concepción del desarrollo. Primera: Ya no gira todo en torno al crecimiento económico sino que lo económico gira más bien en torno al crecimiento en humanidad. Segunda, tampoco la Madre Tierra —el cosmos, siendo más inclusivos— gira en torno a sólo el interés de los humanos sino que nosotros también nos sentimos fruto y parte de esta Madre Tierra y cosmos y tenemos que avanzar y convivir juntos de una manera armónica. De la prioridad económica se pasa a la humana y ésta se inserta en lo cósmico, que no excluye lo demás pero le da un sentido más incluyente. Y sólo entonces podemos comprender qué es realmente el convivir bien e intentar realizarlo.
Amartya Sen ya nos hizo un gran favor cuando, con un enfoque más cercano a este del vivir bien, logró que en las estadísticas mundiales se eliminara de una vez, como indicador clave de desarrollo, la famosa y traicionera “renta per cápita”, consistente en sumar a ricachones y pobretones y después contentarse con sacar y comparar promedios engañosos y perversos. A buena hora logró sustituirlo por el “Índice de Desarrollo Humano” (IDH), hoy ya generalizado.
Pero quizás se quedó corto en lo de “humano” porque su IDH no llega a entrar en esas características más propiamente “humanas” (humanistas, quizás dirían otros) arriba mencionadas. Sus indicadores sólo se refieren a individuos prescindiendo de si saben relacionarse o no entre sí y con los demás. Y ahora añadimos además que un elemento fundamental para crecer en humanidad es hacerlo, además, hacerlo en sintonía con la Madre Tierra. Ardua tarea nos espera a todos.
Hace un año ya aclaré en una columna de La Razón (2-oct-08), que sería quizás más preciso traducir suma qamaña como “el buen convivir” no sólo entre nosotros sino también con la naturaleza. Un documento preparatorio distribuido por el Ministerio de Planificación del Desarrollo para el mencionado Seminario Internacional propone la siguiente glosa de este concepto:
“El Vivir Bien implica el acceso y disfrute de los bienes materiales en armonía con la naturaleza y las personas. Es la dimensión humana de la realización afectiva y espiritual. Las personas no viven aisladas sino en familia y en un entorno social y de la naturaleza. No se puede Vivir Bien si los demás viven mal o si se daña la naturaleza.”
A la luz de lo anterior y en sintonía con los pueblos andinos, amazónicos y la gran mayoría de los pueblos originarios del mundo, a los bienes “materiales” se añaden los espirituales, como son todos los intercambios de reciprocidad, los compadrazgos y las celebraciones, que van siempre tan cargados de afecto y cariño. Y al hablar de la naturaleza, ellos le darían enseguida un carácter más personalizado y afectivo sintiéndola como la Madre Tierra. Cuando se brinda entre amigos, por ejemplo, no debemos olvidarnos de compartir el traguito también con la Madre Tierra y, cuando cazamos en el monte, para el propio sustento, siempre debemos pedir permiso también a los “dueños del monte”. Algo pueden enseñarnos todos esos pueblos a nosotros, miopes modernos que con nuestro estilo de “desarrollo” expoliador en beneficio de unos pocos ahora lamentamos además que la Madre Tierra se nos está muriendo.
Este convivir entre nosotros y con la Madre Tierra implica un fuerte componente ético y una espiritualidad que —otra miopía moderna— también habíamos echado por la borda en nuestras planificaciones. Lo central del desarrollo para vivir y convivir bien ya no puede ser sólo lo económico ni menos el crecimiento y el lucro, caiga quien caiga. Vivimos más bien una doble revolución copernicana en la concepción del desarrollo. Primera: Ya no gira todo en torno al crecimiento económico sino que lo económico gira más bien en torno al crecimiento en humanidad. Segunda, tampoco la Madre Tierra —el cosmos, siendo más inclusivos— gira en torno a sólo el interés de los humanos sino que nosotros también nos sentimos fruto y parte de esta Madre Tierra y cosmos y tenemos que avanzar y convivir juntos de una manera armónica. De la prioridad económica se pasa a la humana y ésta se inserta en lo cósmico, que no excluye lo demás pero le da un sentido más incluyente. Y sólo entonces podemos comprender qué es realmente el convivir bien e intentar realizarlo.
Amartya Sen ya nos hizo un gran favor cuando, con un enfoque más cercano a este del vivir bien, logró que en las estadísticas mundiales se eliminara de una vez, como indicador clave de desarrollo, la famosa y traicionera “renta per cápita”, consistente en sumar a ricachones y pobretones y después contentarse con sacar y comparar promedios engañosos y perversos. A buena hora logró sustituirlo por el “Índice de Desarrollo Humano” (IDH), hoy ya generalizado.
Pero quizás se quedó corto en lo de “humano” porque su IDH no llega a entrar en esas características más propiamente “humanas” (humanistas, quizás dirían otros) arriba mencionadas. Sus indicadores sólo se refieren a individuos prescindiendo de si saben relacionarse o no entre sí y con los demás. Y ahora añadimos además que un elemento fundamental para crecer en humanidad es hacerlo, además, hacerlo en sintonía con la Madre Tierra. Ardua tarea nos espera a todos.
- Xavier
Albó es antropólogo lingüista y jesuita.
CipcaNotas,
Boletín Virtual No 314, Año 8. Noviembre
de 2009. www.cipca.org.bo
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